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PRESENTACIÓN DEL DOCUMENTO

 

Elixsandro Ballesteros

Exembajador de Panamá

en Venezuela y exdirigente

de la Federación de Estudiantes

de Panamá, FEP.

 

 

            El 27 de marzo de 1968,  Víctor  Ávila,  Ex-Secretario General de la Federación de Estudiantes de Panamá, en su discurso pronunciado  en el Paraninfo de la Universidad de Panamá, en Asamblea de Organizaciones Populares y Profesionales,  para debatir la grave crisis política del país; hizo un análisis de la situación política basado en el método dialéctico de abordaje de las contradicciones de la sociedad panameña,  que le permitió además, de apartar la maleza de la confusión y la apariencia de los hechos políticos, prever con seis meses de anticipación,  el golpe  de Estado militar de 1968.

 

            El movimiento popular y revolucionario caracterizaba la crisis como resultado del desarrollo de nuevas fuerzas económicas que presionan por el cambio de la estructura económica y social, la creciente conciencia en los trabajadores del campo y la ciudad, en las capas medias, de la necesidad de transformar la sociedad y de poner fin al orden oligárquico de sometimiento y explotación, sumado como importante factor, la crisis del régimen jurídico colonial en la extinta “Zona del Canal”,  expresada en los acontecimientos del 9 de enero de 1964.

 

            El desarrollo de la nación panameña en aquella época, se vio frenado por el poder oligárquico aliado con la dominación colonial de Estados Unidos, con formas de explotación precapitalistas en los recursos del pais, que hacían insuficiente el funcionamiento del mercado interno, por lo que  el capital solo se orientaba a las ramas económicas que complementaran  el  colonialismo en una parte de nuestro territorio nacional.

 

            Esta realidad caracterizó a la República durante décadas, lo que permitió forjar una conciencia anti oligárquica, antiimperialista y antimilitarista en el pueblo panameño, pues el militarismo que alimentó la clase oligárquica estuvo dirigido a salva guardar sus  intereses y la caricatura de país que tuvimos hasta el inicio del proceso revolucionario posterior al golpe militar de estado de 1968.

 

            La Guardia Nacional  fue concebida y actuó como brazo armado de la oligarquía, esto explica el repudio que concitó esta institución en las organizaciones populares, hasta el momento que Omar Torrijos  reorienta la dirección de los fusiles de los uniformados, tras las depuraciones que se produjeron a principios y finales del año de 1969. Dirigentes obreros y estudiantiles fueron perseguidos y asesinados por solicitud de personeros de la oligarquía. Es irónico que los representantes del poder económico y que nunca estuvieron del lado del movimiento popular, hoy se definan antimilitaristas. Ellos no narran completa la historia.

 

            A modo de refrescar la memoria histórica, en las alianzas electorales Unión Nacional que apoyó la candidatura de Arnulfo Arias y en la Alianza del Pueblo, de David Samudio, estuvieron presentes connotados miembros de la oligarquía. En la primera Bazán, Marcel Penso, Samy Boyd y  Ricardo Arias Espinosa, en la segunda los hermanos Eleta Strunz, en ambos bloques estuvieron los coautores de los proyectos de tratados rechazados en 1967 por las movilizaciones populares. Un futuro y necesario acuerdo con Estados Unidos, con el Presidente elegido el 12 de mayo de 1968 no quedaba blindado del sesgo de la concepción oligárquica que caracterizó las negociaciones con esta potencia.

 

            El documento que hoy presento, pone en claro los factores de la crisis que desembocaron en el golpe militar de estado, el agotamiento del modelo oligárquico de dominación, el golpe militar dado por la Guardia Nacional, como medio de resolver la crisis política acumulada en 1968.  Fue un golpe inicialmente antipopular, de derecha, anticomunista, encabezado por  el   Mayor Boris Martínez, el Mayor Fred Boyd y el Teniente Coronel Omar Torrijos. Omar Torrijos, a los pocos días de esta acción, trató de tender puentes con los dirigentes de una parte de la izquierda, optó por enviar al exilio a líderes estudiantiles y populares para salvarles sus vidas frente a los propósitos de Martínez y otros oficiales.

 

            El presidente depuesto se refugió en la llamada “Zona del Canal”, trató de lograr una intervención armada de Estados Unidos e intentó una insurrección armada que cobró no pocas víctimas civiles y en la Guardia Nacional.

 

            El 25 de febrero de 1969, Omar Torrijos expulsa del poder a Boris Martínez, junto con los tenientes coroneles Federico Boyd, Humberto Ramos y el mayor Humberto Jiménez. El 16 de diciembre de 1969, tras el fallido golpe castrense Torrijos expulsa a los golpistas encabezados por los Sanjur, Silvera, Nenzen Franco y otros quienes se montaron en una conspiración junto a la Cámara de Comercio, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos y a los remanentes oligárquicos que rechazaron la posterior orientación  democrática, revolucionaria y nacionalista del General Torrijos al golpe. Se iniciaba a partir del 16 de diciembre de 1969 el proceso revolucionario con la participación popular, el pluralismo ideológico, el poder popular e importantes logros sociales y la desaparición del colonialismo en el territorio panameño, que terminó con la muerte de su líder.

 

 

1968: LA CRISIS

DE LA REPÚBLICA OLIGÁRQUICA

(El Pueblo Frente a la Crisis)

 

 

 

El carácter de la crisis

 

            En el país se viene gestando, desde hace algunos años, una profunda crisis de estructura,  cuya evidencia es perfectamente discernible, sobre todo en estos momentos, en que los factores antagónicos,  que son los que la originan, asumen posiciones de fuerza o ubican, con mayor o menor intensidad, sus intereses en planos irreconciliables.  Es preciso aclarar el alcance y sentido de ella, porque amplios sectores populares están sumergidos en una confusión que se explica muchas veces  por el uso inapropiado  del término oligarquía y en la tendencia  de utilizarlo, en la campaña política, de manera indeterminada.  Los sectores políticos en pugna en la actual campaña electoral (1968) tratan por todos los medios de inculpar al oponente de todo cuanto de malo acontece en el país -inculpándose incluso de la crisis- con el objeto de sacar ventajas electorales.

 

            En el desarrollo de la crisis se han establecido de hecho dos gobiernos en el país. No vamos a discutir el carácter legal o inconstitucional de uno y otro  gobierno. Desde el punto de vista científico no es adecuado recurrir a métodos formales o legalistas para interpretar una problemática social tan compleja y de implicaciones tan diversas como la presente.  Es mucho más conveniente -y hasta imperativo- ubicarse en el terreno de la lucha de clases, en el campo de las contradicciones sociales y de las correlaciones históricas a fin de evitar -a toda costa- posturas erradas que pueden incluso arrastrarnos hacia uno u otro bando oligárquica.  Un revolucionario no puede guiarse por principios  absolutos si lo que pretende es juzgar, integrando todos los elementos y factores condicionantes, una crisis política  como la que nefrentamos en estos momentos. La verdad para nosotros tiene un carácter  histórico concreto y nuestra posición no puede ser otra que la de aprovechar la presente coyuntura para aislar a los grupos más retrógrados y antinacionales del país.

 

            Una interpretación fundamentada en los textos constitucionales o legales de todo el proceso que se  vive dejaría elementos básicos por fuera. Se correría el peligro de abrazar causas que no son, precisamente, las obligantes del movimiento democrático y popular.

 

            De allí que estimemos conveniente decir de una vez por todas: en estos momentos, lo que está en crisis en Panamá, y que se expresa dramáticamente en el proceso electoral, es el régimen oligárquico, cuya dependencia del imperialismo y sus acentuados rasgos-feudales, constituyen un anacronismo histórico intolerable a la luz de las nuevas corrientes transformadoras de la sociedad contemporánea.

 

            En crisis se encuentran las fuerzas oligárquicas tradicionales, sus partidos políticos, su ideología, sus dirigentes. Ello conduce a estas fuerzas a un conflicto de proporciones tan dramáticas que  impone antagonismos y siembra la confusión en el seno de amplios sectores de la ciudadanía.

 

            Una de las tareas más urgentes de los sectores progresistas consiste, precisamente, en despejar el sentido de esta crisis y los elementos de confusión que la cimentan, con el objeto de proporcionar a las fuerzas populares los instrumentos de lucha que les permitan alcanzar sus auténticas aspiraciones.

 

            Los elementos de la crisis

 

            ¿Por qué está en crisis la oligarquía? Sin ambages, podemos señalar, que la causa de la crisis radica en el desarrollo, a nivel nacional, de nuevas fuerzas económicas y sociales en condiciones de disputar el poder político a la oligarquía tradicional, integrada ésta por los sectores terratenientes y los grandes comerciantes, ligados por sus intereses clasistas, a la dominación extranjera que pesa sobre el país.

 

            La oligarquía, que es la fuerza social en crisis, se opone al desarrollo de una reforma agraria integral; y los grandes comerciantes vinculados con los monopolios norteamericanos, dada la índole parasitaria de sus ingresos, dificultan el desarrollo industrial e independiente de la nación.  Ambos sectores, que a nuestro juicio, componen la oligarquía, mantienen el control económico y político del país, y, en razón de ese poder, logran con suma facilidad, mantener a su alrededor a otras fuerzas sociales, tales como la incipiente y débil burguesía nacional, a elementos de capas medias y a considerables masas obreras y campesinas.

 

            A estas alturas, a la oligarquía le resulta difícil mantener el control de la vida política del país porque, como señalamos, nuevas fuerzas se lo disputan y las que estaban bajo su férrea dirección, se  desplazan por senderos contrarios, o, al menos, amplían sus exigencias.

 

            Panamá vive momentos de profundo contenido revolucionario porque, en el fondo, se enfrentan clases sociales decadentes, en vías de liquidación, con nuevas fuerzas sociales que aspiran a desarrollar plenamente la vida nacional.

 

            Los proyectos de tratados de 1967: factor de crisis

 

            Puede comprobarse el contenido clasista de esta crisis a raíz de la discusión de los proyectos de tratados de 1967. En aquella ocasión surgieron dos fuerzas en el país. Se dio, en realidad, una polarización de extremo a extremo.  De manera clara, las fuerzas oligárquicas tradicionales (los terratenientes y los grandes comerciantes) se ubicaron de inmediato en el bando de los que apoyaron sin restricciones el contenido de los proyectos.    Igualmente, de manera clara todas las fuerzas populares, a través de sus organizaciones estudiantiles, obreras, campesinas, cívicas y profesionales, y aún sectores de la incipiente burguesía nacional interesados en el desarrollo de una economía propia, se opusieron enérgica y categóricamente al contenido entreguista de los proyectos en discusión.

 

            Si intentáramos sintetizar una primera instancia de la repercusión histórica derivada de los acontecimientos de enero de 1964, tendríamos que ubicarla en la derrota de los proyectos de tratados de 1967, concebidos y auspiciados por los proverbiales núcleos oligárquicos.

 

            Y podemos ir mucho más lejos señalando que el espíritu del 9 de enero, que es expresión nítida de las nuevas fuerzas sociales en vigoroso desarrollo, logró infligirle una derrota política a esos sectores que nos mantienen en el atraso, en la miseria y como país dependiente de los Estados Unidos de Norteamérica.

 

            Conviene señalar que el frente espontáneo, en oposición contra esos proyectos de tratado de 1967, presentó, a la vez que posturas nacionalistas y patrióticas, posiciones profundamente democráticas.  Tales fuerzas exigían la libertad de los presos políticos y el cese de la represión policíaca, en los momentos en que la oligarquía enarbolaba sistemáticamente la bandera del “anticomunismo” y la represión del movimiento patriótico popular.

 

            Esto no era casual.  Es la explicación de un fenómeno nuevo, que se ha de analizar si se quiere interpretar objetivamente el contenido de la crisis y el papel de los sectores populares en esta etapa histórica.  Porque salta a la vista que, desde 1964, amplios sectores nacionales deliberan, toman conciencia de sus intereses y actúan políticamente con mayor claridad de la misión histórica que deben desempeñar en el proceso de estructuración de una nación panameña independiente, soberana y democrática.

 

            El proceso electoral

           

            En aquella ocasión, bastante reciente por cierto, estos sectores fueron desenmascarados, derrotados, aislados.  Perdieron el control de las fuerzas que, tradicionalmente, manejaban.  Y ello los llevó a desatar el proceso electoral con el evidente propósito de maniobrar, para salir del callejón y recobrar las riendas de la situación política del país.  El canal 4 de Televisión de propiedad del principal mentor de los proyectos y canciller de la República, Ing. Fernando Eleta, se esforzó en la defensa de los mismos durante varias semanas, y que luego, vencido y sin eco en la ciudadanía, lanzó la consigna, a través de un editorial, en el sentido de abrir el proceso electoral y abandonar la discusión de los proyectos de tratado de 1967.  Tal cambio de actitud radical, sorpresivo, inesperado, nos da la tónica: indica el temor de abocarse a las elecciones en condiciones lamentables para ellos, y frente a un pueblo que estaba exigiendo responsabilidades y hasta cabezas.  Hábilmente sustrajeron el centro de la atención ciudadana de los proyectos de tratados y alentaron diversas corrientes y candidaturas con el propósito de dividir y fraccionar el gran frente popular, espontáneo, derivado de la oposición patriótica a sus tendencias entreguistas.  Tenían conciencia de lo que significaba para ellos abocarse a las elecciones (1968), al considerar, como centro de definición, el apoyo o el rechazo a los proyectos que convertían a la nación panameña en una base militar norteamericana y en una nueva versión de “Estado asociado”.

 

            Los grupos oligárquicos dominantes desde hace más de medio siglo, tienen gran  experiencia política y gran capacidad de maniobrar y, en esta ocasión, no hicieron otra cosa que repetir los viejos trucos. Pero se han encontrado en otro callejón sin salida.  El intento de desviar la atención de los proyectos de tratados hacia el proceso electoral ha revertido en su  contra, en virtud de la presencia de nuevos elementos de lucha y el ascenso de fuerzas sociales inéditas, por lo que no han hecho otra cosa que profundizar la crisis. Tal proceso de desintegración alcanzó ribetes dramáticos en noviembre de 1967, cuando las diversas facciones oligárquicas buscaron en sus filas y fuera de ellas el candidato presidencial que colocara nuevamente en sus manos el control absoluto de la vida nacional.  Intentaron, en esa vía, imponer una candidatura nacional única y fracasaron.  Trataron de recurrir al golpe o a la candidatura militar y volvieron a fracasar.

 

            Las alianzas

 

            Sin embargo, no debemos desconocer que estos grupos concentran en sus manos inmensos recursos económicos y que poseen gran capacidad de maniobrar y habilidad.  No obstante, incapaces de integrar una alianza sólida, homogénea, en torno a sus intereses; incapaces de mantener en su puño, bajo su dirección a otras fuerzas políticas, después de muchas maniobras se dividieron en alianzas y ahora intentan desesperadamente mantenerse a flote.  En ambas alianzas pretenden sobrevivir y, tanto la que encabeza  el Ing. David Samudio como la que preside el Dr. Arnulfo Arias, constituyen fuerzas heterogéneas, en las que fragmentos de la oligarquía coexisten con fuerzas  populares y nuevas tendencias políticas. Una prueba de esta aseceración se observa en el hecho de que en ambas alianzas  hay fuerzas sociales y elementos auspiciadores de los proyectos de tratados entreguistas.  La presencia del señor Fernando Eleta en la alianza de Samudio y del señor Ricardo Arias Espinosa en la alianza del Dr. Arnulfo Arias no pueden ser más ejemplarizantes.  Ambos personajes son co-autores de los proyectos de marras.

 

            Pero, como ya hemos señalado, estos grupos oligárquicos no han logrado el control absoluto de las alianzas.  Es evidente que los que apoyan la candidatura del Dr. Arias tienen reservas frente a la del Ing. Samudio, porque lo consideran un posible reformador de las estructuras sociales y,  por lo tanto, peligroso para sus intereses monopolistas de la tierra y del gran comercio dependiente de los monopolios extranjeros.  El mismo fenómeno ocurre en el seno de los sectores oligárquicos vinculados a la candidatura del Ing. Samudio y que frente a la de Arias manifiestan igual temor.

 

            Pero, estas contradicciones se dan en el seno de las mismas alianzas.  Eleta -miembro conspicuo de la oligarquía- pretende imponer unos tratados en circunstancias en que, dentro de las filas samudistas, existen fuerzas y elementos opuestos a tales pretensiones antipatrióticas y entreguistas.  El mismo papel desempeña Dicky Arias en las filas de la alianza arnulfista; ex-embajador de Panamá en los Estados Unidos y uno de los propulsores de los proyectos de tratados, a sabiendas que encuentra y encontrará oposición de algunos sectores de la Unión Nacional de Oposición.

 

            Los grupos oligárquicos de ambas alianzas maniobran inclusive para sacrificar a sus propios candidatos (...). Los coalicionistas y los republicanos tratan de desmantelar la candidatura del Dr. Arnulfo Arias.  Sin embargo, son los sectores populares, comprometidos en esas alianzas, los que combaten tales tendencias.  En el fondo, los sectores oligárquicos que apoyan circunstancialmente al Dr. Arias tratan de mantenerse mediante maniobras  en el poder.  Lo mismo ocurre con los núcleos oligárquicos que que apoyan a Samudio.

 

            Tendencias golpistas

 

            ¿Qué demuestran estas vacilaciones y actos de “deslealtad”?  Significan, ante todo, que la oligarquía no confía en Samudio y tampoco en Arias. Unas elecciones (1968) con tales candidatos -que no sienten como propios- no les satisfacen en lo más mínimo.  No los hace sentirse como pez en el agua.  No tienen interés en dilucidar la actual crisis electoral por los caminos tradicionales porque, en ninguno de los casos, tienen plena y absoluta garantía de salir beneficiados.  Les interesa sobre todo un régimen de facto, de derecha, fuerte, que suprima las libertades ciudadanas y que garantice la prosperidad de sus monopolios, de sus fraudulentas operaciones comerciales y la tenencia irracional de la tierra.

 

            Los grupos oligárquicos -involucrados circunstancialmente en alianzas que no controlan en forma total- no están preocupados por elecciones limpias.  No les interesa David Samudio y tampoco Arnulfo Arias.  Eso lo saben las fuerzas honestas que apoyan  a ambos candidatos.

 

            La oligarquía que secunda a David Samudio le guarda profundas reservas.  La que se ha unido a Arnulfo Arias, le teme y habla de “prepararle la cama” y hasta de sentar precedentes en lo que se relaciona con juzgar al jefe del ejecutivo  por la cámara legislativa.

 

            Estos grupos -de ambas alianzas- han alentado sistemáticamente el golpismo militar, las juntas de gobierno; aúpan, desde diversos ángulos, la liquidación del proceso electoral, el cercenamiento de las garantías indiciduales y el desconocimiento de los derechos de sindicalización, de libre tránsito, de libre expresión y otras garantías democráticas consagradas por la Constitución nacional.

 

            En esas tendencias y objetivos, coinciden los grupos oligárquicos infiltrados en uno y otro bando. No existen entre ellos diferencias en cuanto a sus propósitos y formas de controlar el poder.  Es preciso dejar claro, que lo que actualmente ocurre en el país no responde a un ascenso de las fuerzas oligárquicas ni a su maniobrerismo.  Por el contrario, obedece a un franco proceso de agotamiento histórico, de cansancio de estas fuerzas que hoy sienten el impacto, no solo de las nuevas fuerzas sociales panameñas, sino también de los vientos de la revolución contemporánea.  Estos sacuden con energía las anacrónicas estructuras del imperialismo y del semifeudalismo aún vigentes en muchos países del globo.

 

            El frente popular

 

            El movimiento popular panameño no ha logrado en esta coyuntura histórica y de cara a las elecciones, estructurar a través de un organismo la lucha por sus objetivos, la lucha por sus intereses de clase, la lucha por la integridad nacional.  No ha logrado estructurar un frente popular mediante la integración de todas las fuerzas progresistas del país y que,  a raíz de los últimos acontecimientos, se han destacado en la vida nacional.  No obstante, estas fuerzas populares, patrióticas, están en la obligación de adoptar posturas firmes y adecuadas frente a las elecciones y a los gobiernos que, de hecho, existen en le país: uno apoyado en el órgano legislativo y el otro representado en el órgano ejecutivo.

 

            Las fuerzas populares tienen un problema respecto a las candidaturas presidenciales.  La oligarquía no lleva en estas elecciones un candidato surgido de sus propias filas y tampoco controla, homogéneamente, el aparato estatal.  Trata de hacerse fuerte en ambas alianzas.  De controlar las postulaciones con el objeto de adueñarse de la asamblea nacional y de los municipios, para desde allí, imponerle al próximo presidente sus directrices y políticas reaccionarias y anti-panameñas.

 

            ¿Qué papel juega el movimiento popular en esta etapa?  El movimiento popular panameño ha expresado hasta ahora su posición de no abanderarse frente al proceso electoral, por cuestiones de principio.  Y es que en las organizaciones obreras, profesionales, cívicas y estudiantiles coexisten miembros de distintas ideologías, activistas de todos los partidos políticos y, para mantener una sólida organización, es preciso no arrojarse, como entidad, en uno u otro bando de manera simplista e invocando razones formales.

 

            Desde el punto de vista del movimiento popular, estimamos que las organizaciones obreras, campesinas, cívicas, estudiantiles y progresistas, no deben tomar partido por una u otra alianza electoral, ya que esto daría margen a su posible destrucción.  Y no vale la pena que en estos momentos, las fuerzas llamadas a cumplir un papel histórico tan valioso y trascedental para el desarrollo de la nación, desgasten sus energías, se fraccionen y se disuelvan debido a una situación transitoria y circunstancial.  Individualmente no pueden evitarse los abanderamientos.  Pero, las organizaciones como tales, no deben  definirse por ningún bando electoral.

 

            El movimiento popular demanda -y debe demandar- una solución consecuente y democrática de la crisis.  Nos interesa el proceso electoral en sí.  Debemos trabajar para definir a todas las fuerzas frente a los problemas básicos del país: tratados, militarismo, educación, reforma agraria, salarios, salubridad, etc. Debemos procurar el aislamiento de los grupos oligárquicos enquistados en una y otra alianza.  Ayudar a cohesionar a las fuerzas y elementos populares que militan en ambos bandos para que estructuren programas progresistas y exijan a sus candidatos definiciones categóricas.

 

            El movimiento popular debe luchar de cara a que  se efectúen las elecciones.  Procurar, en esta elecciones de 1968, escoger diputados y concejales honrados, vinculados al movimiento popular, porque se trata de definir durante el proceso y posteriormente, una posición frente a la amenaza del golpismo engendrada en virtud del deterioro de las instituciones estatales y la posibilidad de rechazar definitivamente los proyectos de tratados auspiciados por la oligarquía y el imperialismo norteamericano.

 

            El movimiento popular debe exigir elecciones limpias y el respeto a las garantías individuales; oponerse a los allanamientos de locales políticos y a los desmanes y atropellos contra las concentraciones políticas, acciones que vulneran flagrantemente el derecho de reunión (en esta ocasión de la Unión Nacional de Oposición).  Debe condenar el aupamiento del militarismo por parte de los grupos oligárquicos de ambas alianzas.  Pues de uno y otro bando recurrieron a él en busca de apoyo.

 

            El movimiento popular debe manifestarse categóricamente contra el golpismo.  Exigir a los abanderados de las diversas facciones que se definan frente a un posible golpe militar.  El peligro del militarismo está en los umbrales -en virtud de la existencia de hecho de dos gobiernos- y las fuerzas populares deben estar preparadas para rechazarlo por todos los medios posibles.  El candidato Samudio que capitaliza por consecuencia la vieja contradicción del Doctor Arnulfo Arias con la plana mayor de la Guardia Nacional, debe esclarecer rápidamente su posición ante el pueblo.  El apoyo de las bayonetas implica consecuencias peligrosas para la pureza del proceso electoral  y el desenvolvimiento democrático de la vida institucional del país.

 

            Debemos, dentro de estas líneas de principio,  fundar un comité que establezca una vigilancia permanente de los intereses populares.  Un comité que defina sus objetivos  democráticos, antimilitaristas y de defensa de la integridad nacional frente a los proyectos de  tratados entreguistas auspiciados por la oligarquía.  Un comité que mantenga una línea independiente, de clase, respecto a las diversas tendencias oligárquicas repartidas en dos gobiernos y en dos alianzas de composición heterogénea.

 

            En realidad, hemos intentado un análisis de la crisis y procurado encontrar un camino, una salida ajustada a esta etapa histórica para todas las fuerzas populares de Panamá.  Porque es doloroso que se llegue a los extremos de que elementos populares salgan a la calle, arriesguen sus pellejos por algo que no representa genuinamente sus intereses.

 

            A la hora de los toletazos y de las bombas lacrimógenas los que normalmente los reciben son los obreros, los estudiantes y las mujeres de los barrios populares. Estimamos conveniente que las organizaciones populares se preparen para una confrontación a fondo, definitiva, con los grupos oligárquicos golpistas, que pretenden a medida que se deterioran las instituciones estatales, instalar un gobierno de facto en el país y cercenar todo vestigio de democracia.  Este peligro está latente y podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la oligarquía en ambas facciones azuza las pasiones de las fuerzas populares, integradas en las filas samudistas o arnulfistas, en tanto preparan el terreno a la insurgencia militar o a una solución derechista y oligárquica de la crisis actual.

 

            Y es allí, precisamente, cuando las fuerzas populares deben responder con todas sus energías .  Con todo su vigor.

 

 

Panamá, 27 de marzo de 1968.

1968: LA CRISIS DE LA REPÚBLICA OLIGÁRQUICA

(El Pueblo Frente a la Crisis)

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